El cuerpo es el primer territorio que se transforma cuando cambias de lugar.
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Nico
27 años
Argentino
Gay
Libra
Migrar es lanzarse a lo desconocido. Es desprenderse de lo que se sabe y aprender a vivir con la adrenalina de lo incierto.
Migrar es una forma de deseo: el impulso que te lleva a moverte, a cambiar de piel, a convertirte en otro.
Siempre pensé que el cuerpo también migra. Se adapta, se contrae, se abre. Aprende a leer nuevos gestos, nuevos acentos, nuevas temperaturas.
El cuerpo es el primer territorio que se transforma cuando cambias de lugar. Mutas.




Viajar, para mí, es una manera de buscar esa sensación.
No solo se trata de conocer espacios turísticos o registrar paisajes, sino de reconocer lo que sucede cuando uno se expone al encuentro con lo desconocido.
Como migrante, homosexual y fotógrafo, me interesa esa línea delgada entre el miedo y el deseo, entre la confianza y el riesgo.
Trabajo con el cuerpo —el mío y el de los otros— como si fueran mapas: territorios donde se inscriben las huellas del cambio, del deseo y de la pertenencia.


Fotografiar a un desconocido implica siempre una apuesta: escuchar al cuerpo antes que a la mente, dejar que la intuición decida si avanzar o no.
Mi práctica nace desde ahí. En cada viaje busco personas que, como yo, también estén desplazándose. Cuerpos que migran, que buscan rearmarse lejos del origen.
No me interesa la sexualidad como exhibición, sino como lenguaje.
En los encuentros fotográficos que surgen —muchas veces en playas, en lugares abiertos, vulnerables— busco un tipo de intimidad que nace de la confianza, no de la posesión.



Con Nico fue así. Nos habíamos escrito sin apuro, sin saber si realmente ocurriría.
Él llegó primero al muelle, yo lo observé a lo lejos antes de atreverme a acercarme. Llovía. El clima era adverso, pero la decisión de encontrarnos permanecía intacta.
Caminamos por el pueblo hasta llegar a Praia dos Amores, una playa pequeña, vacía.
Esa mezcla de viento, lluvia y nervios nos hizo avanzar rápido, como si la adrenalina fuera la única brújula.




Mientras caminábamos me habló de su historia. “Soy de El Bolsón, de Río Negro, Argentina. Tengo 27 años. Me iba a ir a México, pero terminé viniendo a Búzios casi por accidente.”
En su relato reconocí esa pulsión que también me mueve: la de probar suerte sin mapa, de lanzarse aunque no haya garantías.
“El clima, la gente, la playa… me hacen querer quedarme”, me dijo. Y entendí que Búzios, como muchos otros lugares de tránsito, es refugio de quienes buscan volver a empezar.
Cuando levanté la cámara, la lluvia ya era parte de nosotros. Nico se mostró con una naturalidad que solo ocurre cuando hay confianza.
“Lo que vi en vos es que tenés una vibra buena, sin dobles intenciones”, me dijo. Su cuerpo se ofrecía sin pretensión: no había pose, sino presencia.
A veces yo guiaba el gesto; otras, él dejaba que el viento lo moviera. Era su manera de decir estoy aquí.


Durante la sesión, Nico habló de lo que le atraía de sí mismo y de los otros. “Me gusta mi mirada, mi sonrisa… y mi bulto. No el pene, sino lo que se insinúa.
Me gusta sentir las miradas cuando se detienen ahí.” Lo escuchaba y pensaba en cómo el cuerpo migrante se reconstruye también desde la mirada de los demás.
En cómo el deseo funciona como forma de pertenencia. En cómo el cuerpo, al mostrarse, reclama un lugar.
En su voz había una mezcla de vulnerabilidad y afirmación: “Lo que me gustaría transmitir es comodidad. Vulnerabilidad también.
Mostrarme sexualmente activo, cómodo, libre.” Esas palabras resonaron en mí, porque son las mismas que me acompañan en cada viaje.
Fotografiar a alguien que se desnuda no es solo registrar una imagen, es compartir un territorio: reconocer en el otro la valentía de mostrarse.


La migración, pienso, tiene algo del cruising: esa búsqueda de conexión efímera, ese riesgo de confiar en un desconocido por un instante, ese deseo que se mezcla con la curiosidad.
Pero aquí no se trata de sexo, sino de confianza. De cómo dos cuerpos que no se conocen pueden construir un lenguaje común, aunque sea breve. La adrenalina está ahí, en esa frontera donde el miedo se convierte en impulso.
Cada encuentro me recuerda que el cuerpo es un archivo. Que en cada cicatriz, en cada gesto de placer o de duda, hay una historia de desplazamiento.
Como migrante, busco en otros cuerpos las señales de mi propio viaje: la manera en que el deseo, la soledad y la adaptación se entrelazan hasta volverse una forma de estar en el mundo.
Nico me enseñó eso: que el cuerpo también busca su casa.
Que mostrarlo no siempre es una exposición, sino a veces una forma de afirmarse.
Que fotografiar es una manera de migrar hacia otro, de entender que la libertad no está en el lugar, sino en la capacidad de moverse, de entregarse, de dejarse ver.

Quizás por eso sigo viajando y fotografiando.
Porque en cada encuentro capturo un fragmento de mi propia historia: un cuerpo que, como el mío, se atreve a habitar lo desconocido.
Y en esa coincidencia —entre la lluvia, la playa, la cámara y la mirada— siento que la migración se vuelve algo más que un desplazamiento: se vuelve un modo de existir, de estar, una manera de seguir deseando.
Víctor Vivas
Búzios 2025