< Volver a Migrar, mirar, besar
Dos desconocidos se encuentran por primera vez.
Se han visto por redes, saben quiénes son, pero nunca han compartido un espacio real.
Esa primera vez ocurre frente a cámara, bajo luces suaves, con la promesa de un beso que es más que un gesto: es una exploración, una llegada, una forma de traducir el lenguaje del otro cuerpo.
El ambiente en el estudio se sintió cálido desde el principio.
Había nervios, sí, pero también curiosidad, deseo y una entrega genuina.
Les compartí el manifiesto: que este proyecto no trata solo del beso, sino de la sincronía, de la migración del cuerpo hacia otro cuerpo, del momento en que el deseo se vuelve una manera de conocer, de adaptarse, de pertenecer —aunque sea por un instante.
Confiaron en esa idea y me ofrecieron algo más que su tiempo: me compartieron su vulnerabilidad, su deseo y su disposición a descubrir lo desconocido conmigo.
Ese primer gesto, decidir participar, fue también una forma de llegada: un cruce de territorios, una invitación a permanecer por un momento en un lugar compartido.
I. LA LLEGADA

Todo comienzo es un cruce.
Dos cuerpos que no se conocen se miran, se acercan y dudan.
El aire entre ellos se vuelve frontera y promesa.
Hay deseo, pero también precaución; hay curiosidad, pero también miedo.
Besar es tantear un territorio nuevo sabiendo que podría no recibirte, que podrías entrar y no entender sus señales.
Esa tensión es la primera forma de sincronía: la que nace del respeto y la intuición.
En esa cercanía mínima, antes del contacto, se define todo.
El cuerpo se pregunta si avanzar o quedarse ahí, justo al borde del otro. Como quien llega a un país nuevo y respira antes de dar el primer paso.
II. EL IDIOMA DEL CONTACTO

Cuando finalmente ocurre el beso, lo que se busca no es solo entender, sino también poseer, recorrer, habitar.
Depende de la actitud con que se intenta ingresar en ese nuevo territorio: si llegas con deseo de explorarlo o con la intención de hacerlo tuyo.
El cuerpo del otro deja de ser paisaje y se convierte en idioma, pero también en camino incierto, un territorio en movimiento donde algunas cosas comienzan a tener sentido y otras siguen siendo un misterio.
Besar es decidir si adaptarse a lo que ese espacio ofrece para disfrutarlo o resistirse a su lógica y tratar de imponer la propia.
Como en toda migración, hay quien llega para quedarse y quien solo pasa, pero en ambos casos deja huellas.
El ritmo, la presión, la respuesta del otro —todo es diálogo sin palabras.
Besar es aprender la gramática de la piel ajena: cuándo insistir, cuándo ceder, cuándo permanecer, y cuándo retirarse antes de alterar demasiado lo que aún no te pertenece.
En esa conversación de gestos se revela algo esencial:
el deseo no es solo una fuerza que empuja hacia adelante, también es una forma de escucha.
Uno se adapta, el otro responde.
La sincronía no siempre es perfecta, pero cuando aparece, se siente como un acuerdo temporal,
una tregua entre dos extraños que, por un instante, se reconocen.
III. LA MEMORIA DEL CUERPO
Y entonces, algo cambia.
El miedo se diluye, los gestos se reconocen, los lugares ya no son ajenos.
Esa repetición, ese ir y venir de los labios, crea una forma de memoria compartida.
El cuerpo empieza a recordar el ritmo del otro, como si aprendiera a habitarlo sin pensarlo.
El idioma que se generó entre ambos se vuelve refugio, una manera de permanecer dentro del otro por un momento más, de postergar la despedida.
Y en ese mismo acto de confianza, sin avisar, llega también el principio del final.
Llega el momento de soltar.
De separarse sin romper del todo, de dejar espacio para lo que queda flotando.
El beso termina, pero el cuerpo conserva la memoria: la temperatura, la respiración, el pulso del otro.
A veces esa sensación se parece al regreso; otras, al desarraigo.
Migrar también es eso: reconocer que no todos los territorios están hechos para quedarse, pero que en todos dejamos algo nuestro.

Hay despedidas que son también formas de pertenencia.
Como si el cuerpo, al irse, se llevara un pedazo de ese lugar para recordarlo después.
El beso, entonces, no es solo un acto de deseo, sino una práctica de memoria: una manera de archivar lo que fuimos por un instante cuando dejamos de ser ajenos.
Quiero seguir investigando los modos de la despedida:
La despedida del territorio recién explorado, donde soltamos lo que acabamos de conocer y guardamos su temperatura como promesa de retorno.
La despedida del territorio que nos vio crecer, donde apartarse duele distinto, porque la partida es también una forma de volvernos otros.
Después de este primer encuentro entre Richi y Gustavo, queda más que una imagen: queda una inquietud.
Cada beso abre una grieta por donde se filtra algo nuevo —una pregunta, una posibilidad, una memoria que no estaba antes.
Como si el cuerpo, al tocar otro cuerpo, empezara también a tocar sus propias fronteras.
En este registro entendí que mi rol no es solo mirar, sino aprender a mirar desde el deseo y desde la distancia; como quien traduce una lengua que no domina del todo.
La cámara se vuelve también una forma de migrar: moverme hacia los otros para entender cómo cada beso, cada sincronía y cada separación dibujan mapas distintos de pertenencia.
Agradecimiento
Quiero cerrar este primer capítulo con un agradecimiento profundo a Ricardo y Gustavo. Para mí ha sido un placer y un honor tener su confianza, no solo para registrarlos frente a la cámara en distintas ocasiones,
sino por haberme permitido esta vez compartir una intimidad diferente: una intimidad que tiene un valor enorme para mí, y que espero también resuene en quienes lean o vean este proyecto.
Su disposición, su entrega y su vulnerabilidad abrieron el primer territorio de esta investigación.
Gracias por dejarse mirar, por habitar este espacio conmigo,
y por recordarme que en cada encuentro —por breve que sea— hay algo que permanece:
la memoria del gesto, el eco del beso, el deseo de seguir explorando
.
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